¿Por qué los habitantes de Roseto estaban más sanos que otros norteamericanos?

La semana pasada te explicaba la primera parte de este misterio.

Te explicaba cómo los rosetinos llegaron a América y como se fueron instalando allí. También te contaba como el médico Stewart Wolf, sorprendido por lo que le contaron sus colegas sobre la salud de los habitantes de Roseto, decidió investigar para entender por qué esas personas “solo se morían de viejas!”.

Hoy te traigo el desenlace de esta historia que, a mí, personalmente, me sorprendió y me gustó mucho cuando la descubrí.

Si quieres sumergirte bien en la historia para que te sorprenda igual que a mí, y no has leído la primera parte, puedes leerla antes (es justo el post anterior) y luego sigues con esta segunda parte.

(Te dejo aquí el enlace directo a la primera parte: https://www.datexbio.com/roseto1)

A partir de sus investigaciones, Wolf, ayudado por el sociólogo John Bruhn, llegaron a la conclusión de que Roseto era algo fuera de serie. Pero ¿por qué?

¿Por qué los habitantes de Roseto estaban más sanos que otros norteamericanos?

Lo primero que pensó Wolf fue que los rosetions debían de haber conservado algunas prácticas dietéticas del Viejo Mundo que les hacían estar más sanos que otros norteamericanos.

Pero rápidamente comprendió que no era el caso.

Los rosetinos cocinaban con manteca de cerdo, mucho más sana que el aceite de oliva que usaban en Italia.

La pizza en Italia era una corteza delgada con sal, aceite y quizás tomates, anchoas o cebollas.

La pizza en Pensilvania era una masa de pan con salchichas, pepperoni, salami, jamón y, a veces, huevos.

Dulces como los biscotti y los taralli, que en Italia solían reservarse para Navidad y Semana Santa, en Pensilvania se comían todo el año.

Cuando los dietistas de Wolf analizaron las comidas habituales del rosetino típico, encontraron que hasta un 41% de sus calorías procedían de las grasas.

Tampoco era un lugar donde la gente se levantara al amanecer para hacer yoga y correr diez kilómetros.

Los rosetinos de América fumaban como carreteros, igual que sus antepasados, y muchos lidiaban con la obesidad.

Si ni la dieta ni el ejercicio explicaban las conclusiones, ¿se trataba de genética?

Puesto que los rosetinos procedían de una misma región de Italia, el siguiente pensamiento de Wolf fue preguntarse si vendrían de una cepa especialmente recia que los protegiera de la enfermedad.

Entonces rastreó a parientes de los rosetions que vivían en otras partes de Estados Unidos para ver si compartían la misma salud de hierro que sus primos de Pensilvania.

No era el caso.

Entonces miró la región donde vivían los rosetinos. ¿Era posible que hubiera algo en las colinas de Pensilvania oriental que fuese beneficioso para la salud?

Las dos poblaciones más cercanas a Roseto eran Bangor, a escasa distancia colina abajo, y Nazareth, a pocas millas de distancia. Ambas tenían aproximadamente el mismo tamaño que Roseto y se habían poblado con la misma clase de laboriosos inmigrantes europeos.

Wolf repasó los registros médicos de ambas localidades.

Para varones de más de 65 años, los índices de mortalidad por enfermedades cardiovasculares en Nazareth y Bangor triplicaban los de Roseto.

Otro callejón sin salida.

Wolf empezó a comprender que el secreto de Roseto no era la dieta, ni el ejercicio, ni los genes, ni la situación geográfica.

Que tenía que ser Roseto mismo.

Caminando por el pueblo, Bruhn y Wolf entendieron por qué.

Vieron cómo los rosetinos se visitaban unos a otros, se paraban a charlar en italiano por la calle o cocinaban para sus vecinos en los patios traseros.

Aprendieron el ámbito de los clanes familiares que formaban la base de la estructura social.

Observaron cuántas casas tenían tres generaciones viviendo bajo el mismo techo, y el respeto que infundían los viejos patriarcas.

Oyeron misa en Nuestra Señora del Monte Carmelo, asistieron al efecto unificador y calmante de la liturgia.

Contaron 22 organizaciones cívicas en una localidad que no alcanzaba los 2.000 habitantes.

Repararon en el rasgo distintivo que era el igualitarismo de la comunidad, que desalentaba a los ricos de hacer alarde de su éxito y ayudaba a los perdedores a disimular su fracaso.

Al trasplantar la cultura campesina de la italiana meridional a las colinas de Pensilvania oriental, los rosetinos habían creado una poderosa estructura social de protección capaz de aislarlos de las presiones del mundo moderno.

Estaban sanos por ser de donde eran, por el mundo que habían creado para sí en su pequeña comunidad de las colinas.

Comidas familiares de tres generaciones, gente que paseaba por la calle, que se sentaba a charlar en los pórticos, los telares de blusas donde las mujeres trabajaban durante el día, mientras los hombres sacaban pizarra de las canteras. Era algo mágico.

Cuando Bruhn y Wolf presentaron sus conclusiones ante la comunidad médica, se enfrentaron al escepticismo que cabe imaginar.

Escucharon conferencias de colegas suyos que les ofrecían largas columnas de datos organizados en complejos gráficos y se referían a tal gen o cual proceso fisiológico, mientras que ellos hablaban de las ventajas misteriosas y mágicas de pararse en la calle a hablar con la gente o de tener a tres generaciones viviendo bajo un mismo techo.

La longevidad, según la creencia convencional en aquel tiempo, dependía en mayor grado de quiénes éramos, es decir, de nuestros genes.

Dependía de las decisiones que adoptábamos, respecto a lo que decidíamos comer, cuánto ejercicio elegíamos hacer y con qué eficacia nos trataba el sistema de atención sanitaria.

Nadie estaba acostumbrado a pensar en la salud en términos comunitarios.

Wolf y Bruhn tuvieron que convencer a la institución médica de que pensara en la salud y los infartos de un modo completamente nuevo:

No se podía entender por qué alguien estaba sano si sólo se tenían en cuenta las opciones o acciones personales de un individuo de forma aislada.

Era preciso mirar más allá del individuo.

Había que entender la cultura de la que formaba parte, quiénes eran sus amigos y familias, y de qué ciudad procedían, comprender que los valores del mundo que habitamos y la gente de la que nos rodeamos ejercen un profundo efecto sobre quiénes somos.

En resumen, la importancia de las relaciones sociales para la salud.

FIN

Aquí te dejo el link a PubMed del artículo científico publicado en 1992 en la revista científica “American Journal of Public Health”: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/1636828/

De verdad espero que te haya gustado, es una historia que hace reflexionar.

¿Concias la historia? Me encantará leer tu opinión.